La escuadra rojiblanca saltó al terreno de juego con el traje de las eliminatorias, con el que anuncia a un equipo ambicioso, el que genera peligro y no dudas con el balón y el que porfía en vencer a cualquiera. Salió con la mentalidad del anfitrión, dispuesto a asumir la responsabilidad de llevar la iniciativa y contentar a una afición que no reconoce al equipo que vaga por la liga española a la espera de que termine.
De esa ambición y de ese buen entendimiento entre sus atacantes surgió el primer gol del partido. No se habían cumplido los diez minutos de choque cuando una combinación entre Jurado y Forlán terminaba en un centro del primero que no acertaba a rematar el segundo. Pero con el estómago ya despierto, el uruguayo se levantó rápido y rebaño el balón, que había quedado muerto en el área chica y que entró llorando en los dominios de Reina.
El tanto animó a los atléticos y pesó en el equipo inglés, que tardó en ubicarse. Durante buena parte de la primera mitad, los de Rafa Benítez atacaron demasiado basculados a la derecha. El incansable Kuyt sobre el talentoso Benayoun. Quizá una declaración de intenciones. Y así siguió hasta que Perea dejó al descubierto sus inseguridades, tapadas tras el descanso pero inquietantes durante los primeros 45 minutos.
Por su lado llegó la mejor ocasión 'red', con un disparo en carrera de Gerrard que se chocó con el costado de la portería. Pero el mayor peligro siguió correspondiendo a los rojiblancos, también tras el receso. Primero perdonó Forlán, que en una situación inmejorable intentó definir de una forma tan acrobática como inocente. Y luego salvó Reina, que paró un disparo a bocajarro de Simao en el segundo palo.
Echó de menos el Liverpool a Fernando Torres, sin una referencia arriba a la que dirigir sus esfuerzos y amedrentar a las defensas contrarias. Una vez más, Ngog demostró que los 'reds' no tienen un recambio de garantías en la delantera, y que en ausencia del fuenlabreño la tarea de marcar gol se hace muy cuesta arriba. Una ausencia mucho más acusada que la de Agüero en el cuadro de Quique Sánchez Flores.
A pesar de no poder contar al argentino entre sus balas, la ofensiva rojiblanca no se frenó. Reyes, Simao o Jurado redoblaron esfuerzos y mientras la defensa se afanaba en contrarrestar los últimos intentos desesperados de su rival, el Atlético siguió buscando tranquilidad de una ventaja mayor. Aunque no consiguió ese objetivo, el empeño sirvió para alimentar a base de entrega el volcán de ilusiones en que se transforma el Vicente Calderón.
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